"Las noches vencidas" nuevo poemario de Francisco Cazorla Palacios

 



El mar de todos los muertos

Vida y muerte se entrelazan y se suceden. Son eslabones de una misma cadena, caras de un solo rostro. Siempre cerca, casi se tocan. El hilo que las separa es tenue y atravesado constantemente. Y el mar es un espejo donde vamos a reencontrarnos los ausentes, donde intuimos el eco de las voces ya extinguidas.

Francisco Cazorla escribe desde este territorio inquietante, con una lucidez y un coraje que dejan una impronta profunda en los lectores. Emprendemos el trayecto de la mano de tres citas, diversas y confluyentes, que Cazorla ha elegido para introducirnos de pleno desde el inicio en el poderoso universo poético que nos plantea. Son de José Gorostiza, de Al-Mu’tamid de Sevilla y de Allen Gingsberg.

En El frágil límite de la carne Cazorla nos confronta con la conciencia inquietante del vacío y la urgencia inaplazable de la vida. Observador de la noche, nos habla, dentro del volumen, de púlsares o de estrellas muertas, porque lo que somos solo tiene respuesta levantando la mirada y zambullendo nuestra mente más allá del umbral del planeta donde nuestra existencia se origina y se guarece.

A tientas, heridos por el lastre de las tormentas de emociones que nos sacuden, por las llagas que los días van abriendo dentro de nosotros, buscamos refugio en el anhelo y el placer. Y la piel acontece a la vez tacto y frontera, ámbito de unión con el otro y puerta del abismo. Cazorla, que es un autor de un aliento literario excepcional, construye con cada poema una cámara, un episodio de un conjunto poliédrico que configura una obra con personajes que adquieren, cada uno, su dimensión singular dentro de un friso donde todas las piezas ocupan su espacio y donde domina el contraste entre el gozo y la pasión, por una parte, y, de la otra, la niebla, el dolor, la desolación.
Luz y penumbra recorren, alternándose, las páginas impresionantes de El frágil límite de la carne. Honesto y humanísimo, Francisco Cazorla nos golpea plantándonos ante los ojos del corazón la tragedia del suicida, la renuncia, el abandono.

A la vez sensual y descarnado, Cazorla dibuja con mano precisa y conmovida “mapas del abismo”, la degradación, el gesto salvaje e indómito de la desesperación, la investigación incansable de un sentido, partiendo de la exaltación del cuerpo, de la celebración de la belleza huidiza que se escapa de la persona amada, del incendio “que ya no podemos parar” de un crepúsculo en que el Sol se tumba al horizonte donde se funden los sueños y los paisajes. Atrapados dentro de la telaraña del deseo, “que lo va cubriendo todo”, exploramos los límites de la noche y nos aferramos al otro para avanzar hacia el centro de nosotros mismos y, al final, perplejos, interpelarnos sobre nuestra propia identidad.
Poeta de una sensibilidad extrema, Francisco Cazorla siente la intensidad radical de la vida en la hoja que se deshace en un beso mojado sobre la tierra y rehúye el veneno de la violencia latente, que impregna cotidianamente nuestro mundo tenso y atareado.
Por los versos de El frágil límite de la carne desfilan escenas de un naufragio, figuras que parecen pecios vencidos por un descalabro imprevisto o por una lenta decadencia resignada.

Asistimos con el vértigo que suscita en nosotros un libro escrito desde cierta complicidad compasiva con la condición humana, esquivando crueldades despiadadas, pero sin esconder ni disimular las cicatrices que endurecen las paredes del alma.
Lo hacemos de la mano de un poeta que nos ofrece imágenes convincentes y deslumbrantes (“escaleras de agujas”, “lluvia de mercurio”, “la niebla cristaliza en sus manos”,...).
Un libro, al final, que sitúa Francisco Cazorla como una voz valiente y destinada a ocupar un lugar relevante entre los autores de su generación.


Carles Duarte i Montserrat

Publicar un comentario

0 Comentarios