Los últimos versos del último libro que había escrito Ana Alvea, Hallarme yo en el mundo (2013), eran:
Puede que la oscura bestia nos desafíe/Y sepamos combatirla.
Puede que la oscura bestia nos desafíe/Y sepamos combatirla.
apretando el gatillo
con len ti tud
ca da vez más
(“El francotirador”, pág. 30)
mirar de frente la guillotina
(“Ahí va”, pág. 33)
Voy conduciendo por el mismo trayecto
que meses atrás
recorría con mi madre para el hospital.
(“El trayecto”, pág. 53).
yo sólo sé de lo imposible
de los límites que nos amarran
sé también del fracaso
esta sangre en las rodillas
que los demás llaman
realidad
(“Yo sólo sé en este vía crucis…”, pág. 39)
Y, casi a modo de conclusión, en el poema “Vivir”. La conciencia de nuestra levedad puede llegar a ser paralizante, por lo que un poco de la inconsciencia de “los jugadores de apuestas” es necesaria para seguir adelante (la que se evoca en cierta forma para superar el vértigo en el poema “Las preguntas”), sin que esto nos autorice a olvidar que
del dolor
no hay quien nos salve.
(“Vivir”, págs. 58-59).
La muerte de la madre es, desde luego, el tema principal del libro. Sin embargo, existen otros dos temas importantes. El primero es la familia, en cierta forma derivado de lo anterior: es lógico que en esas circunstancias se quiera redescubrir el papel de los allegados de la poeta. Así, en la primera sección del libro encontramos poemas dedicados a su hermano, a su padre y a su sobrino. También; por supuesto, hay lugar para reflexionar sobre el amor en pareja en el poema “El deseo”. En él, el hedonismo de la satisfacción inmediata queda reducido al papel de un “dios menor”; la satisfacción profunda sólo puede obtener su sentido, su carga emocional,
en el trajín de la convivencia:
hilera de piedras encendidas
que todos los días cruzamos.
(“El deseo”, pág. 19).
Idea en la que insiste poco después en “Obras son amores” con la mención al “amanecer protegido por los amantes”; poema que debe ser también interpretado, en su contexto, como un reconocimiento a la familia.
El segundo tema es la relación entre realidad y literatura. Seguramente no es casual que el primer verso del libro sea “Dejo los libros apilados en la mesa” (el primer poema termina, además, resaltando cómo la calidez de su hermano no puede ser igualada “por muchas palabras/que intentemos mirar”). Del mismo modo, en el ya mencionado poema “Obras son amores” se resalta el amor que se pone en las acciones como algo “que no encuentro en los libros”. En varios pasajes Ana Alvea vuelve su mirada a la literatura como algo que la aleja de lo real, que la confunde. Tal vez la expresión más lograda de esta sensación sea en el texto metapoético “La noche”; uno de los más sugestivos del libro. En él, la poeta se refiere a la escritura como algo que la sitúa:
cada vez más lejos ¿de mí?
(“Yo sólo sé en este vía crucis…”, pág. 39)
Y, casi a modo de conclusión, en el poema “Vivir”. La conciencia de nuestra levedad puede llegar a ser paralizante, por lo que un poco de la inconsciencia de “los jugadores de apuestas” es necesaria para seguir adelante (la que se evoca en cierta forma para superar el vértigo en el poema “Las preguntas”), sin que esto nos autorice a olvidar que
del dolor
no hay quien nos salve.
(“Vivir”, págs. 58-59).
La muerte de la madre es, desde luego, el tema principal del libro. Sin embargo, existen otros dos temas importantes. El primero es la familia, en cierta forma derivado de lo anterior: es lógico que en esas circunstancias se quiera redescubrir el papel de los allegados de la poeta. Así, en la primera sección del libro encontramos poemas dedicados a su hermano, a su padre y a su sobrino. También; por supuesto, hay lugar para reflexionar sobre el amor en pareja en el poema “El deseo”. En él, el hedonismo de la satisfacción inmediata queda reducido al papel de un “dios menor”; la satisfacción profunda sólo puede obtener su sentido, su carga emocional,
en el trajín de la convivencia:
hilera de piedras encendidas
que todos los días cruzamos.
(“El deseo”, pág. 19).
Idea en la que insiste poco después en “Obras son amores” con la mención al “amanecer protegido por los amantes”; poema que debe ser también interpretado, en su contexto, como un reconocimiento a la familia.
El segundo tema es la relación entre realidad y literatura. Seguramente no es casual que el primer verso del libro sea “Dejo los libros apilados en la mesa” (el primer poema termina, además, resaltando cómo la calidez de su hermano no puede ser igualada “por muchas palabras/que intentemos mirar”). Del mismo modo, en el ya mencionado poema “Obras son amores” se resalta el amor que se pone en las acciones como algo “que no encuentro en los libros”. En varios pasajes Ana Alvea vuelve su mirada a la literatura como algo que la aleja de lo real, que la confunde. Tal vez la expresión más lograda de esta sensación sea en el texto metapoético “La noche”; uno de los más sugestivos del libro. En él, la poeta se refiere a la escritura como algo que la sitúa:
cada vez más lejos ¿de mí?
y de los otros
(“La noche”, pág. 10)
Y no sólo eso:
pero en verdad me arrastra
me sumerge cada vez más.
(“La noche”, pág. 10)
De nuevo, el hecho que enfrenta en la poeta realidad y literatura es la enfermedad de su madre. En un verso del poema “Ahí va” se dice:
su extenuado cuerpo mengua
cada vez más la poesía francesa
abanica los sinsabores de un verano
(“Ahí va”, pág. 33)
Es clara la intencionalidad al yuxtaponer en un mismo verso la reflexión sobre la desazón real causada por ver el estado de su madre con la irrealidad del mundo literario. Ya en el Capítulo III, titulado “Después de ti”, la autora vuelve a insistir en esta idea de volver a descender sobre lo material desde las alturas de las ideas:
me urgía poner la mano en el fuego
para volver a sentir la vida
vivir en los campanarios y otros lugares silvestres
de literatura y ficción durante años
perdida en su convulso cielo de papel
que me guiaba o me confundía
(“Extraño meteoro”, pág. 55)
Sin embargo, la literatura va a salir siempre triunfante del envite. En el ya citado poema “La noche”, la escritura es capaz de hacer brotar pura la palabra poética y de “revolucionar el día”. Al contacto directo con el tema principal del libro, en el poema “Trincheras”, se concilian ambos mundos: la poesía ha de nacer en lo real, por más doloroso o antiestético que sea. Porque la literatura, aunque impotente para obrar directamente sobre los hechos, es, después del cariño de sus homenajeados seres queridos, el alivio alternativo que Ana Alvea obtiene durante este trance:
Entro en la vorágine de las letras
en esta selva que invade mi mente
como un ejército amigo
que viene a liberarme del dolor
y me distrae con sus historias
que son las del mundo
y las mías.
(“Tácticas de resistencia”, pág. 47).
Se trata de un poema que rebosa humanidad. La literatura no es sólo letras: son palabras de otros hombres y mujeres, con los que uno puede identificarse y dialogar; que, más allá del tiempo y el espacio, pueden consolar realmente.
Todo esto no es obstáculo, para que, en el primer capítulo, “Púrpura” haya un acercamiento a la literatura puramente despreocupado en el poema “Obsequio” (pág. 14), en esta ocasión como contraposición al mundo laboral y en relación con otros textos dedicados a las vacaciones. Muy bello, por cierto, entre estos poemas, en los que el mar suele tener un papel protagonista, el poema “Púrpura”, en el que se plasma de forma delicada nuestra pequeñez frente al mar/eternidad:
se extiende púrpura un fondo marino
bajo la bahía de nuestra manos
(“Púrpura, pág. 20)
Como es habitual, en el plano formal Ana Alvea huye de metáforas oscuras o estructuras pretenciosas. El estilo se pliega mansamente a lo que se quiere transmitir, lo que queda ejemplificado en su uso del verso libre, en el que se pretende que sea el propio decurso de la expresión el que dé ritmo al poema. Esto le permite prescindir, como es tendencia actualmente, de comas y signos de puntuación, en beneficio de otros recursos (como el espaciado), aprovechando ambigüedades (ya hemos hablado de los versos truncados “la carencia de/la ausencia de”), dando un mayor efecto a las enumeraciones (como en “Hidrosfera” o el in crescendo del poema “Tejados”) y reforzando los contrastes (como en la pausa de los versos ya citados en que conviven la enfermedad y la literatura francesa).
Así pues, el libro demuestra el saber hacer de Ana Alvea para convertir en materia poética su experiencia personal; para espigar los elementos más valiosos desde el punto de vista estrictamente lírico y darles forma. Con la autenticidad, como siempre, por bandera; pues en el poemario, a pesar de tratar un tema tan sensible, los elementos no se seleccionan presurosamente por su resonancia para elevarlos a un dramatismo huero y predefinido. Por el contrario, Ana analiza la película de lo sucedido al trasluz de su propia reflexión, de una búsqueda de respuestas abierta y personal; aunque sea llamada a declarar hasta la misma literatura. El resultado es que el poemario es claramente diferente a Hallarme yo en el mundo, de la misma forma que la propia autora ya no es la misma que era antes de los sucesos que poetiza en Púrpura de cristal.
(“La noche”, pág. 10)
Y no sólo eso:
pero en verdad me arrastra
me sumerge cada vez más.
(“La noche”, pág. 10)
De nuevo, el hecho que enfrenta en la poeta realidad y literatura es la enfermedad de su madre. En un verso del poema “Ahí va” se dice:
su extenuado cuerpo mengua
cada vez más la poesía francesa
abanica los sinsabores de un verano
(“Ahí va”, pág. 33)
Es clara la intencionalidad al yuxtaponer en un mismo verso la reflexión sobre la desazón real causada por ver el estado de su madre con la irrealidad del mundo literario. Ya en el Capítulo III, titulado “Después de ti”, la autora vuelve a insistir en esta idea de volver a descender sobre lo material desde las alturas de las ideas:
me urgía poner la mano en el fuego
para volver a sentir la vida
vivir en los campanarios y otros lugares silvestres
de literatura y ficción durante años
perdida en su convulso cielo de papel
que me guiaba o me confundía
(“Extraño meteoro”, pág. 55)
Sin embargo, la literatura va a salir siempre triunfante del envite. En el ya citado poema “La noche”, la escritura es capaz de hacer brotar pura la palabra poética y de “revolucionar el día”. Al contacto directo con el tema principal del libro, en el poema “Trincheras”, se concilian ambos mundos: la poesía ha de nacer en lo real, por más doloroso o antiestético que sea. Porque la literatura, aunque impotente para obrar directamente sobre los hechos, es, después del cariño de sus homenajeados seres queridos, el alivio alternativo que Ana Alvea obtiene durante este trance:
Entro en la vorágine de las letras
en esta selva que invade mi mente
como un ejército amigo
que viene a liberarme del dolor
y me distrae con sus historias
que son las del mundo
y las mías.
(“Tácticas de resistencia”, pág. 47).
Se trata de un poema que rebosa humanidad. La literatura no es sólo letras: son palabras de otros hombres y mujeres, con los que uno puede identificarse y dialogar; que, más allá del tiempo y el espacio, pueden consolar realmente.
Todo esto no es obstáculo, para que, en el primer capítulo, “Púrpura” haya un acercamiento a la literatura puramente despreocupado en el poema “Obsequio” (pág. 14), en esta ocasión como contraposición al mundo laboral y en relación con otros textos dedicados a las vacaciones. Muy bello, por cierto, entre estos poemas, en los que el mar suele tener un papel protagonista, el poema “Púrpura”, en el que se plasma de forma delicada nuestra pequeñez frente al mar/eternidad:
se extiende púrpura un fondo marino
bajo la bahía de nuestra manos
(“Púrpura, pág. 20)
Como es habitual, en el plano formal Ana Alvea huye de metáforas oscuras o estructuras pretenciosas. El estilo se pliega mansamente a lo que se quiere transmitir, lo que queda ejemplificado en su uso del verso libre, en el que se pretende que sea el propio decurso de la expresión el que dé ritmo al poema. Esto le permite prescindir, como es tendencia actualmente, de comas y signos de puntuación, en beneficio de otros recursos (como el espaciado), aprovechando ambigüedades (ya hemos hablado de los versos truncados “la carencia de/la ausencia de”), dando un mayor efecto a las enumeraciones (como en “Hidrosfera” o el in crescendo del poema “Tejados”) y reforzando los contrastes (como en la pausa de los versos ya citados en que conviven la enfermedad y la literatura francesa).
Así pues, el libro demuestra el saber hacer de Ana Alvea para convertir en materia poética su experiencia personal; para espigar los elementos más valiosos desde el punto de vista estrictamente lírico y darles forma. Con la autenticidad, como siempre, por bandera; pues en el poemario, a pesar de tratar un tema tan sensible, los elementos no se seleccionan presurosamente por su resonancia para elevarlos a un dramatismo huero y predefinido. Por el contrario, Ana analiza la película de lo sucedido al trasluz de su propia reflexión, de una búsqueda de respuestas abierta y personal; aunque sea llamada a declarar hasta la misma literatura. El resultado es que el poemario es claramente diferente a Hallarme yo en el mundo, de la misma forma que la propia autora ya no es la misma que era antes de los sucesos que poetiza en Púrpura de cristal.
Jürgen Washuskein
ANA ISABEL ALVEA SÁNCHEZ.- Licenciada en Derecho y en Teoría de la Literatura y Literatura Comparada por la Universidad de Granada (2008). Diplomada en Estudios Avanzados (DEA), Postgrado en Teoría de la Literatura y Literatura Comparada por la misma universidad (2011) con el trabajo de investigación: “El texto poético. Concepto, caracteres y métodos de análisis”. Profesora de talleres de poesía y Directora del Club de lectura de poesía de la Casa del Libro en Sevilla. Publicaciones de poesía: “Hallarme yo en el mundo”, por Ediciones en Huida, 2013. Antóloga, junto a Jorge Díaz Martínez, de La vida por delante. Antología de jóvenes poetas andaluces, en 2012. En 2010 publicó su poemario Interiores, Ediciones en Huida. Premiada en concurso Myrtos Poesía, fue seleccionada para la antología “Arde en tus mano”. Aparece en diversas antologías y revistas digitales. En 2017 se ha publicado su último poemario, “Púrpura de cristal”.
1 Comentarios
Me alegra encontrar mi último poemario "Púrpura de cristal" entre vosotros, muchas gracias por a cogerlo. Un abrazo
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