Mi amiga y poeta F Poet Bea me pasa el poemario “El insomnio de los verbos cansados” de Marian Raméntol. Leo pues...
A Marian la conocí, allende el tiempo, en un foro de poesía en la red.
Ahora tiene libro -yo no-. Y pienso: una reseña (crítica) de poesía es
la distancia que va entre quien escribe algo y el que no escribe nada; y
en sentido unidireccional, entre lo que el reseñista intuye debe ser
tal cosa estética, y el vacío que genera en su ánima el hecho mismo de
no haber conseguido sintetizar, en parte alguna, aquello que preconiza
en su teoría. O sea, que quién soy yo para...
Tengo a Schelling, a
Hegel y a Kant en las estanterías, y algo me dice que estos hablaban de
estética en esos libros tan..., adiposos; pero uno, que se sabe un
simple recluta del tiempo, se conforma con aquello que decía Ortega:
“Qué cosa tan maravillosa la espontaneidad”(sic). Entonces…
Tras
leer a Marian pienso: no se va a Compostela por nada, sino que se va a
redimirse con su estética y con su mística (concretamente se va a ver su
catedral. Y ahí, el maestro Mateo, tiene mucho que decir).
La
cosa va –la analogía va- de que a mí, "El insomnio de los verbos
cansados", no es que me parezca un poemario románico en su composición,
sino, simplemente, que se me antoja - que me evoca, más bien-, la manera
de cincelar del viejo maestro cantero, hasta conseguir un estilo
perfectamente definido en sus formas, cualesquiera que estas sean…
Aquí no hablamos de un tiempo histórico concreto, sino de cincel
(pluma); del duro esfuerzo vital y tensión neuronal, para que de la
duramadre que protege y separa la nervadura de la forma, se pueda y se
sepa extraer la esencia poética, que a mi modo de entender se parece
bastante a esta edificación catedralicia.
Pero una catedral es
siempre una forma general de arquitectura, si la observamos en sentido
diacrónico, es decir, sin necesitar un tiempo histórico concreto donde
fijar nuestras intenciones asociativas, sino, más bien, atendiendo a su
evolución.
Aquí lo que nos interesa es el icono monumental,
aquello que nos permite la evocación simbólica de una estética
lingüística determinada, que basa su evolución en un sentido
arquitectónico rotundo, y que, Marian, consigue sincronizar en lo
contemporáneo dejando diáfana, de alguna manera, la nave central del
tiempo poético.
Pero eso es sólo el aspecto exterior que alberga
una coloratura y un tono también asociativo, pero sin pretensiones de
rigor histórico. En su interior: polifonía de motete a varias voces, o
madrigal; no estoy seguro…
Pocos silencios hay - quiero decir,
que no hay mudez de la voz poética en el sentido peyorativo-, sino voces
superpuestas y armónicas que resuenan sobre los pilares y bóvedas de la
suntuosa catedral.
Dejo, ya, la analogía, aunque sigue perenne
mi lectura, Beatriz, en el interior de la iglesia (poemario) que Marian
ha construido. Escritos aquí mis pensamientos, imagino, sin embargo, no
están sobre el papel, sino deslavazados en mi cabeza, como a un feligrés
sentado en su banco al que le imponen el silencio, mientras escucha,
contradictoriamente, y como contraste, esta suntuosidad Mariana, este
Stabat Mater a lo Raméntol…
Emilio Aparicio
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