“EL MOTÍN DEL BICENTENARIO” de Jorge Colombo

“Abrió la puerta de lo que supo ser la casa de la familia Elorriaga —conocida como los altos de Elorriaga—, sobre la calle Defensa, en pleno barrio de San Telmo. La había adquirido de manos de un descendiente de la antigua familia…
Creyó oír sonidos de vendedores ambulantes y, otras veces, de griteríos y maldiciones, de tercerolas y mosquetes, que provenían de la calle. Pero al salir al balcón, nada ocurría en ella: ni el lento trajinar de carretas ni las voces de los mercachifles. Tampoco había disparos ni banda de gaiteros escoceses subiendo la barranca al son de God Save the Queen… Se acercó al escritorio y abrió el sobre. Un extraño mensaje lo citaba en la Iglesia de San Ignacio. Decidió acudir...”
Historias Breves:
6.
Un perro suelto cruza la calle: bocinazos, gritos, maldiciones. Las gomas chirrían sobre el asfalto caliente. La ciudad despierta. Un ave cae moribunda. La plaza cubre sus desnudeces con desganos, arrumacos, soledades y maletines de moral dudosa que cruzan sus canteros. El funcionario se oculta y el perro grita su última voz de peatón impúdico. La niña pasea su jean de tiro corto y sus ojos negros revolotean sobre un tendal de rosas.
La juventud se fue y quedaron los gritos, las maldiciones, las soledades, el perro llorando, el maletín del funcionario y unos ojos negros incrustados en los cuatro puntos cardinales de mi memoria.
10.
Entró a la casa del viejo fotógrafo, ubicada en una cortada del barrio de San Pedro Telmo. De un vistazo, ubicó un daguerrotipo original donde el antiguo Cabildo parecía vanagloriarse de esconder secretas historias.
Curioso, tomó una lupa. Se acercó luego a la imagen hasta dar con la cerradura de las macizas puertas.
Espió a través de ella. Vio pasar a personajes que discutían, a veces enardecidos, otras en conciliábulos secretos. Sus vestimentas eran muy distintas, de otros tiempos. Lo invadieron aromas a humedad y tierra mojada que se filtraban por la cerradura. Creyó oír tiros, juramentos y maldiciones. Luego algarabía.
Cuando se retiró, sus ojos —muy abiertos— aún parecían guardar un soplo de furia y alegría.
Regresó al día siguiente.
—Fue vendido —le contestaron.

12.
Iban a dar las doce del mediodía. Un pingo alazán había logrado escapar del corralón de los Zuloaga, a dos cuadras escasas de la Iglesia de San Francisco.
Lo perseguían a pie descalzo un grupo de chicos orilleros. Las interminables campanadas de las iglesias y del Cabildo parecían azuzarlo. Cruzó al galope la Plaza Mayor. Dejó atrás el piquete de San Martín, se internó en la soledad de la calle del Santo Cristo y desapareció en el espacio infinito que rodeaba a la Villa de Buenos Ayres.
Ocurrió un mediodía del año 1660.
19.
La Calle Larga parecía meterse en el horizonte sin mucha consideración. La Villa de Buenos Ayres recién despertaba de su modorra. Un caballo se acercaba a galope tendido intentando reducir la interminable largura de esa calle, acostumbrada al lento trajinar de las carretas que parecían estirarla aun más. El concierto metálico del tañer de campanas procuraba atraer a sus templos a pudientes y a humildes, como si intentara rescatarlos de la diaria monotonía. A los gritos, el jinete se encargaría de zamarrearlos y anunciarles que la siesta se iba a acabar por un tiempo.
―¡Se vienen los gringos…!
                                        *
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