Estamos
en una sociedad donde prima la inmediatez. Hay prisa por triunfar y
parece que se puede hacer sin apenas esfuerzo, ya que esos son los
mensajes que nos llegan continuamente de los medios de difusión y
que han calado en la sociedad: con un minuto de gloria puedes hacerte
famoso.
Esto
ocurre también en el mundo literario. Hoy es relativamente fácil
publicar en papel o a través de Internet. Además tenemos los blogs
y las redes sociales, donde se difunde la palabra de presuntos
escritores con una audiencia que para sí hubieran querido algunos
escritores de verdad. Y ocurre que por malo que sea el poeta o
narrador, siempre encuentra en la red una cohorte de seguidores que
le adulan y animan a continuar por esa senda. Claro que todo el mundo
tiene derecho a expresarse como puede y que por malo que sea tiene
derecho a sus admiradores, pero ocurre que saturan la red, las
librerías y agotan la paciencia de los que realmente nos gusta algo
más que un simple manojo de palabras mal hilvanadas y, además, con
pretensiones.
Pero
de tanto en tanto ocurre un pequeño milagro. Hace un par de meses me
llegó por correo postal, ese sistema algo anticuado, un humilde
sobre a mi nombre. Y hasta le firmé un autógrafo a la persona que
me lo traía, porque ese sobre me llegó como algo tan tradicional
como es una carta certificada. Dicha operación me trajo recuerdos
entrañables de otras épocas mucho más tranquilas donde el género
epistolar ¿dónde está ahora?, ocupaba nuestro tiempo y nuestras
ilusiones. Cuando llegaban cartas de la amada ausente ansiadas como
agua de Mayo.
El
cartero me entregó con diligencia un sobre donde rebusqué en su
entrañas y encontré un librito de poesía editado con primor por
dos poetas entrañables: Marian Raméntol Serratosa y Cesc Fortuny i
Fabré. Y para más lujo, con prólogo del maestro Eduardo Moga.
Vi
que era un libro compartido; por una cara descubrí “Avui fosquejo
morta” de Marian y girando el volumen me encontré con “El
silenci plou sobre les pedres” de Cesc.
Pero
un poemario no es nada si no le das vida, os sea: hay que leerlo con
devoción, sin prisas. Y al hacerlo me reconcilié con la sociedad,
me olvidé de los advenedizos, que tanto me incomodan y me sumergí
en un mundo de belleza sublime, porque ambos autores son poetas
auténticos que no necesitan su minuto de gloria porque responden con
sus obras cinceladas a través de los años. Tienen todo el tiempo
del mundo y toda su generosidad para transmitirnos sus poemas,
hacernos algo más felices y hacernos mejores personas.
Marian
y Cesc han estado siempre, como una metáfora, en un lugar elevado
como es su Monistrol de Montserrat, con dignidad y señalando sin
modas donde está la belleza cotidiana, la auténtica de toda la
vida.
“He
posat una rentadora / i els secrets acarnissats giren salvatges /
esculpint volves agressives de detergent. / La llum puja per l'escala
/ sense sospitar el llot que l'espera / al final del centrifugat.”
Dice Marian.
Cesc:
“La meva ment és una boira, un suc / de por i castell de vapor /
un filat on s'hi atrapen les ombres, / però et penso com una
música, / com la bava que em regala la pell i les vísceres / més
secretes.”
Y
Moga que titula su prólogo “La unitat de dos, la diversitat d'un”.
Toda
una gozosa declaración de principios.
Felipe
Sérvulo, Barcelona, Diciembre 2013
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