LINEAS A LO IMPOSIBLE de Víctor Baeza

VÍCTOR BAJO EL SOMBRERO

No sé si se lo pone como traslación de la pana antigua de su pueblo que él sin duda no llegó a conocer en los domingos del atrio, o es que así se protege del miedo, o quiere crecer de tamaño, o busca la mejor metáfora de sí mismo. El sombrero siempre fue urbanita, rico o aspirante a clínico diagnóstico, va a ser esto último.

Entre los escribidores de sí mismos y de los otros también, hay muchas manías más allá del monólogo o de los cuchicheos. Por ejemplo, Robert de Niro: hace el amor siempre con calcetines. Y si vamos a una psicopatía que se convirtió en costumbre hay que recordar que Juan Carlos Onetti se puso un día el pijama, se metió en la alcoba y así pasó quince años, la niña bonita: lo hizo porque sí, porque le salió de ahí donde se fabrican los niños.

Pero debajo del sombrero de Víctor Baeza hay un poeta.

Y colgado del poeta, un libro, este que veis, tan recomendable para las migrañas y la melancolía del trigo ahora que avanza agosto y parece que nos quedamos en tierra de nadie, porque para renacer hay que estar primero muerto y no parece el caso.

“Líneas de lo imposible” es un libro tranquilo.

No hay en él un solo gramo del mortal ensimismamiento que suele acompañar a toda obra de iniciación, sea un poemario o una novela.

En ambos caso, pero sobre todo en poesía, lo más fácil es escribir de sí mismo. Víctor Baeza no escribe de él, si se lee con atención cada sílaba y cada arteria poética se adivina un nosotros en el que alguien no se ha quedado de brazos, sino que ha dicho pon tú la voz.

Y más aún: el valor del libro sube en el ibex literario con el esparcimiento en creaciones literarias que salen del intimismo para contar parábolas donde el mundo chico del poeta intenta hacerse más grande y lo consigue.

Del intimismo siempre hay que partir, nunca hay que quedarse en él como si fuese la única expresión que el poeta tiene de elevarse. El intimismo es como la belladona de Aurora: hay que usarlo en su justa dosis porque si no, empalaga o mata.
Tal vez por eso el lector agradece tanto que el poeta cambie de partitura hacia una cadena de vocablos donde la lírica proclama un universo como un vientre de mujer ofreciéndose al mejor postor. Víctor Baeza anduvo listo y consiguió un equilibrio lleno de huertos para quien lee con el automatismo fervoroso de los alcohólicos o los cautivos de un amour fou.
No creo que este sea un libro pronto olvidado en un armario, pero por si acaso este lector lleno de inocencia pero no ciego de plenitud santidad sino con la borrachera del abogado del diablo dice que sufre alguna tentación que otra, como no sé quien, tal vez Jesús en el desierto.

Primera tentación: decir que lo mejor del libro son las prosas poéticas.

Segunda tentación: que el merengue de la miloja del libro empieza en la página 24 y lo demás es un hermoso encadenamiento de un preludio necesario.

Tercera tentación: que a veces silban un poquito los oídos asonantes y que hay un par de estrofas donde el vigor literario de Víctor Baeza desmiente aquello de Baudelaire cuando dijo que hay que ser sublime sin interrupción, aspiración que hicieron suya los muchachos comunistas de Mayo del 68. No se puede.

Cuarta tentación: que el arroyuelo de terminar los versos con puntos suspensivos frente a la contundente ternura del punto hace más famélica la metáfora.

Así que como esta es la lectura aproximada de quien le cuelgan ahora mismo las ganas de vivir por diez centímetros de raja en la barriga y no tiene seso ni para ser cabo furriel, fuera tentaciones.

El libro de Víctor Baeza no es una patria salvaje, ni falta que le hace, es como una criatura con los sueños de un niño habitando  una mixtura donde verso libre, verso rimado, y prosa poética incitan a vivir sin prisa pero a vivir de verdad.
En él no hay ni velocidad ni trepidación, hay una ola tras otra de una escenografía mental llena siempre de sentimientos tan universales como unigénitos.

No hagáis mucho caso a un minusválido que tiene la osadía de escribir sobre otro pero me parece que en “Líneas de lo imposible” no encontraréis un solo naufragio ni un olvido. Eso quiere decir que el libro está escrito desde la paz activa de un hombre y seguramente desde el amor que goza de buena salud.

No existe la aproximación a la felicidad. Pero algo parecido descubre uno al acercarse a un vermut, a una muchacha gallega, o a un poemario que no nació con la vocación de atardecer con esperanza sino de salir al encuentro de la vida antes de ella te encuentre.

Este poemario es el primer hijo, que habrá de compartir posada con los que vengan después, porque es seguro que debajo del sombrero hay Víctor Baeza para rato.

Se le agradece mucho a Víctor Baeza el lenguaje donde las imágenes se codean sin un rasguño y todas juntas forman una bella telaraña donde uno está como en su propia casa.

Tal vez Víctor Baeza ha seguido, sin saberlo, la orden poética de Jorge Guillén: no escribáis una sola palabra que no hayáis vivido. Mejor, así la conquista del libro se debe sólo al autor que se expande no como un pájaro saliendo de la jaula sino como el que gozó de la libertad de ser libre desde el primer verso hasta el último.

La consecuencia es muy fácil: muy pocas veces un libro se pareció tanto a la vida.

Valentín Martín Martin

Publicar un comentario

0 Comentarios