LLAMAN DOS LIBROS, por Valentín Martín

LLAMAN DOS LIBROS

Aquí en la República de Siena los pájaros llaman a la puerta para pedir pan, conocemos el nombre de los vecinos y los gatos, no hay banderas que mancillen las plazas sin polémicas como aquellas lagunas que dejé atrás donde un banderillero manda tanto como un concejal sin escrúpulos. No hay banderas. Si aparece un guiri le mandamos a Florencia a que le saquen las perras y las fotos y le dé el síndrome de Stendhal. Todo está en calma, como la casa de Velintonia después de morirse Vicente. 

Porque compañero y compañera, quieras o no quieras la vida se te para. Así que es mejor salirle al encuentro hacia atrás y darle la mano. Yo lo supe cuando mi arcángel rubio cumplió los tres años. Entonces ya se le vio su vocación de  Echegaray como administrador de Hacienda y no como  Premio Nobel. Si su hermano moreno tenía algo en las manos, se lo quitaba con dulzura y argumentos. Hay que compartir, decía el rubio. Y al cabo de un rato, él tenía todo y su hermano nada. Parecía un español.

Y estoy pensando en verdades o mentiras: no estoy seguro de que los genes se salten  por costumbre una generación, y por eso el moreno no para de escribir, se escribe hasta en los muslos cuando se desahoga en el orinal. Pero no escribe mi mamá me mima, sino cosas como la luna es un círculo  y el sol no se sabe. Si lo de los genes es cierto, Inglaterra tiene un problema y no es el brexit. Por eso el marido de Megan recibe amenazas, por casarse con un volcán de lujuria y carbón. Tienen miedo los isleños de que un día de estos les salga un príncipe negro.

No saben que probablemente Ava Gardner no amó nunca, pero no se acostó jamás sola. Esto de buscar compañía es muy humano, aunque tampoco hay que pasarse como el general Perón, vecino de Ava  en Madrid, donde el argentino convivía con su mujer Estela y el cadáver de Evita que había pasado a ser la otra. Los enamorados de Ava fueron un puñao, no sé con qué derecho cada uno se consideraba cornudo, empezando por Sinatra.

Lo de Ava sólo es comparable si sumamos las devociones por Saturno, Vulcano, Tamuz,  Nimrod, Baal y Moloc, los dioses que reinaban en diciembre y en torno a ellos millones de humanos se daban a las orgías para tenerles contentos y que no apagasen el sol. Qué listos eran: sexo y vino en vez de villancicos. De este ambiente lúdico se aprovechó la Iglesia Católica poniendo en un pesebre a un niño de mentira, que aquí el único seguro de nacer en un pajar de Martinamor es mi paisano Rafael Farina, el mejor cantaor de fandangos de la Historia. Doscientos años tardaron los católicos en ponerse de acuerdo en el cuándo y el dónde. Que si en abril, que si en mayo, que si en septiembre, que si en octubre. Hasta que se dieron cuenta de que era mejor aprovechar la jarana pagana de siempre.

Pues en medio de este paganismo me han llegado a Siena dos libros emisarios de Montserrat Villar González, esa inquieta poeta portuguesa que pasa por ser gallega con residencia salmanticense.  Montserrat me ha mandado dos libros para que no me dé a la vida como Ava Gardner: va lista porque yo no soy Perón y me sube la bilirrubina con sólo tocar un libro u oler una piel. Y ella ha doblado la dosis. Así que si se trata de meterme en vereda, sus correos han viajado siete siglos atrás para nada.

Los dos libros vienen con su carta de recomendación y los recibo con un gusto de aúpa porque  Montserrat Villar González es  una poeta para las inquietudes y el compromiso, vive esperando algo y creo que no sabe del todo qué. Por eso su agilidad para estar en varios sitios y dos lenguas a la vez, amar a un país y vivir en otro, quién sabe si porque éste -al igual que  la ciudad muerta de mi obituario- la necesita más, como un enfermo precisa una atención especial que no quiere darle la familia. O quizás tenga el vicio de dividir el agua con tal de que haya para todos, azuzar claridades, ver los paisajes llenos de criaturas y no sólo de helechos para pasear los ojos, algo así que la convierte en un veloz grito contra el hielo que le da la espalda a tantos ardidos.

Sólo desde esta visión se puede entender su libro “Bitácora de ausencias” que arranca con un prólogo muy caro en los dos sentidos de la palabra. Un prólogo que es una potente lección de literatura aparte del introito al propio libro. Y una estupefacción que por una parte engatusa a habitarlo y por otra a que abras ya la puerta del primer poema y luego del otro y del otro, hasta entrar en el corazón de todas las ausencias que Montserrat Villar González escribe y María Ángeles Pérez López -madre del prólogo- recomienda con la persuasión de quien sabe.

No sé si existe un mapa del dolor. O una memoria del dolor. O una genética del dolor. O el dolor es en sí mismo una naturaleza ausente de cisnes mentirosos que siguen cantando más allá de la muerte. Quizás el dolor no sea más que el mudo planeo de milano que  va de acecho en acecho, y a veces baja para llevarse una vida. Y esa repentina tristeza de carne deja el asombro de una sucesión de ausencias suspendidas en el silencio. Y aquí está este libro para desmentir oquedades y desiertos, bienvenido a la tribu donde los corazones no hablan en vano.

El magnífico prólogo de María Ángeles Pérez López hace una analítica total del libro y ya no queda lugar nada más que para un ronroneo goteando el rico, rico, rico sabor de boca que deja en el lector.

El lenguaje se aviene muy bien con cada poema. Al principio la poeta toma aire porque sospecha que lo va a necesitar. Y no se equivoca porque enseguida se topa con Auschwitz y a partir del pistoletazo de salida de Antonio Orihuela construye un poema donde el silencio va estallando en dentelladas de vigilia velluda para tantos muertos sin la paz del amor. Orar es una consecuencia y todo lo demás también, aunque alguna vez saca la cabeza del cieno para respirar ("subida a este andamio que es la vida") y luego seguir.

"Bitácora de ausencias" es un recorrido que parece familiar, hasta el punto de que la autora no se esquiva a sí misma ("entonces fui sola")  pero no es una rendición porque ella no se vacía en esa clarividencia, no se amarra a la sombra de sí misma que ve, sino que se renace ("quiero alcanzarlo todo/y soñar que yo/ soy sal y cuerpo/que crecerá en la mañana") y desde tantos mares de ausencias volver a empezar, o empezar sin dejar de saber que hay una pompa de pasado que vibra y en cualquier momento puede romperse.

Para la liberación o el futuro elige poemas de sedal.

Y para cerrar el círculo del libro, la parte más matorral y hermosa donde los poemas ya no son un grávido murmullo, sino una proclamación de un nosotros y un yo que vuela a escasa altura para verse mejor en la herida de un árbol y en todos los sonámbulos que caminan el mundo y mañana ya no estarán.

"Encuentros y Palabras" es un libro testimonio con  la actividad escrita de una asociación. La suma de retazos en prosa o en poesía de numerosos autores que han arrancado páginas de otros libros suyos, paseantes activos de encuentros probablemente  a lo largo de un año que cierra con este capítulo para que nada se pierda en el halo del olvido. Como no es una antología de un autor o de varios autores en torno a una idea o una generación, elude la selección y el objetivo. Literariamente, es una montaña rusa. Pero resulta muy agradecido, entre otras cosas porque hay un poeta que recuerda a nuestro Marcos Ana, de quien Salamanca se ausentó siempre. Y hay buena poesía en él. Y también buena prosa. No siempre, claro. Lo más importante: que es un libro en movimiento.



Publicar un comentario

0 Comentarios