Autor: Antonio Cruz Romero
Editorial: Letras Cascabeleras
Primera edición: Cáceres, abril 2018.
Ilustraciones: Hilario Barrero
Aquí sólo somos el insignificante zumbido de un insecto que ilusos creemos imprescindible para volar
La existencia observada desde la intimidad de un poeta puede asemejarse a pasar las páginas de un álbum de fotos exquisitamente nítidas sobre instantes tristes y duros. Antonio Cruz nos transporta a un escenario de recuerdos y heridas; a una época de su subjetividad, suya porque no puede ser de nadie más, con asideros muy claros y precisos en lo real. Botellas de vino, cafés, asientos de un autobús o una corona de flores conforman un universo lingüístico que te aproximan al lado más doloroso de la muerte, la enfermedad y la vida. Sin hermetismos ni florituras, su llanto es directamente proporcional a la cotidianidad de la verdad del momento.
Y por fin llegué a casa;
durante unos instantes
el agua hirviendo de la ducha
lavó mis últimas horas
y
las nuevas heridas,
dejándome cubierto de vaho
y terriblemente escuálido:
solo en estos versos,
sólo en sus cicatrices venideras.
Una habitación de hospital con vistas al mar es una obra seccionada en cuatro partes todas ellas conectadas entre sí por el dolor. La libertad a la hora de componer el orden y la propia estructura de los poemas son una constante en todo el libro. Ese anarquismo hace que los versos se acomoden en sintonía visual con las ilustraciones de Hilario Barrero. Cruz también integra en sus textos el gusto por la lógica del lenguaje, numerosas citas poéticas, títulos y frases en inglés convirtiéndonos en cómplices de sus lecturas.
Influenciado por la poesía neerlandesa que el autor tanto admira, los paisajes internos y externos que nos muestra con sus versos son contradictoriamente desoladores y hermosos. La belleza es angustia y ternura a la vez en los textos del poeta. Porque el vínculo afectivo está presente en todo momento como lazo de amor que salva, detiene y provoca que detrás de la oscuridad de la noche llegue el día con su luz. El amor a las hijas transforma el desconsuelo en ternura; te conduce a payasos, camas y despertares matutinos repletos de calidez que entrelazan así la muerte con la vida.
Sé bien que algún día no compartirás ya estas sábanas pesadas
con las que en vano trato de taparte para que el frío no te muerda;
no estarás sobre el oleaje de este lecho para despertar
nuestro sueño al alba, ni respetar los últimos días de la semana,
con esa, tu sonrisa pícara, y el olor de tu carnecita blanda.
Y los recuerdos duelen, no perdonan. La existencia vivida con la herida abierta y la cicatriz iniciándose como acompañante del duelo por llegar. Mientras las cicatrices de la poeta Piedad Bonet eran el inicio de algo nuevo, para Cruz son pena en estado puro como forma de mantener un vestigio de aquello que ya no está.
que las llagas, y hasta el miedo
a perderlas duele, también olvidarlas:
el corte en la cara con la cuchilla
de mi padre; en el pecho la uña
clavada de mi abuelo un día
de playa; el arañazo bajo el vientre de Noa,
que nació de una herida horizontal
abierta bajo el ombligo, y al mirar
la cicatriz veo mi propia llaga.
El autor a veces nos da pistas con fechas, lugares y nombres porque nos quiere hacer testigo de su dolor secuestrándonos un poco más hacia su escenario interior allí donde habitan esos olores a vómito, café, autobús de segunda, vino, cenizas o sal del mar. Pues la noche, las heridas, las llagas, el insomnio y la oscuridad son protagonistas de sus versos.
Las oleadas del mar suplican
una y otra vez lo inconfesable:
un barco naufragado con el horizonte
es sólo un punto derretido en la noche, nada más.
¿Y yo? ¿A cuántos versos de distancia
estoy hoy del vacío?
¿Cuándo podrán sanar las palabras?
Una habitación con vistas al mar es una lectura necesaria, oscura, dura y libre que nos conduce a sentir los grandes duelos como manera de estar y valorar la importancia de los afectos que nos vinculan a la vida.
Beatriz Pérez Sánchez
Barcelona, 18 de junio de 2018.
Antonio Cruz Romero (María, Almería, 1978). Narrador, neerlandista y traductor casual, aunque esencialmente poeta, ha cursado estudios de Magisterio, Música, así como un Máster en Ciencias Judaicas.
Ha publicado la colección de relatos Cuentos macabros ilustrados y la novela El banquete: crónica de un ajusticiamiento. Sus últimos poemarios han sido Grecia: Guía de viaje para antipoetas y soñadores, En el abismo del olvido y Una habitación de hospital con vistas al mar. El número CU4TRO (octubre 2015) de la revista de poesía La Galla Ciencia le publicó una veintena de poemas inéditos bajo el título «El hierro de la lengua marchita», y es autor de la antología y ensayo Poesía experimental de los cincuenta en lengua neerlandesa.
Ha traducido y antologado al español a los poetas neerlandeses Menno Wigman, Arie Visser e Ilse Starkenburg, al flamenco Paul Snoek, al norteamericano Robinson Jeffers, así como al relevante poeta y novelista neerlandés J. J. Slauerhoff con la antología poética En memoria de mí mismo. En este terreno de la traducción destacar a su vez la edición crítica de El reino prohibido, la transcendental novela modernista firmada también por Slauerhoff, escritor de cuya vida y obra es gran conocedor.
Sus artículos y poemas han aparecido en diversas publicaciones nacionales e internacionales como La Galla Ciencia, El Coloquio de los Perros, La Voz de Almería, Fábula, El Ciervo, Estación Poesía y Clarín; Carátula. Revista cultural centroamericana (Nicaragua), Galáctica Magazine (Colombia), Revista El Humo (México) o Cuadernos de Humo (EE.UU.).
Ha sido becado como «Translator in residence» en la Casa del traductor de Ámsterdam (Het Vertalerhuis Amsterdam), y es el fundador y editor de la revista Ravenswood Magazine. Su blog lleva por título Sobre filias y fobias literarias.
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