Odio la poesía.
Me
retracto. No es que odie la poesía, lo que odio es el lugar común que
habita en la poesía, el viejo truco del lenguaje porque sí, la demoníaca
repetición de estigmas ya sabidos desde siempre, quizás por eso es que
también odio los prólogos y las reseñas pues se suele caer en la
exaltación ordinaria de lo que se quiere, impunemente, forzar a leer.
Como quien prepara un guiso, tomamos unos cuantos versos del poemario,
los mezclamos con un par de consideraciones propias, le añadimos otros
versos más del poeta para calentar al lector y finalmente alzamos la voz
diciendo que es casi una obra maestra en donde se corre el riesgo de
irse al mismísimo infierno si es que no se lee. Dicho de otro modo,
tarea fácil es hacer un copy paste adicionando hermosas palabras de
elegante sobajeo para quedar bien con el escritor, o la escritora, y así
todos felices. Bonito, no?. Pues no. El día que lea un prólogo, o una
reseña, que diga que el libro en cuestión, o el poemario, es una mierda,
que es malo, aburrido, lento, en fin, cuando me tope con un prólogo así
de franco creo que voy a leer ese libro con un asco de miel y la
tortura orgásmica de un buen placer.
Por
eso tiendo a hacerle el quite a las reseñas, porque para aplaudir me
basta con escribirle una carta al autor y decirle lo que pienso de su
obra, pero me nace la cruenta necesidad de sembrar unas palabras para
este maldito poemario llamado El Insomnio de los Verbos Cansados, de la
poeta Marian Raméntol Serratosa.
No
recurriré a la ovación gratuita en donde navega, respira y naufraga la
poeta Marian, ni me quemaré las manos llenando de flores lo mismo que a
ultranzas reniego, no citaré poemas (y me duele), no transcribiré versos
alucinantes de su poemario (y me duele), no haré una pirotecnia de sus
ideas e ideales (y me duele). Sólo seré el luto imparcial de alguien que
leyó detenidamente este tornado de palabras y que se fue de bruces al
final de cada poema, porque vale la pena aclarar que la segunda maestría
de un poeta es la de cerrar un poema, y la dama te da una puta clase
sobre aquello, de esas donde quedas con la boca abierta y un agujero en
cada anciano que se te murió en los brazos.
He
tenido la suerte de leer toda la obra de esta poeta catalana, tengo sus
libros en mi biblioteca (excepto el penúltimo que se perdió camino a
Chile y espero me lo envíe de nuevo), decía que he leído toda la obra
publicada de Marian y me atrevo a decir, haciéndome cargo de cada sílaba
por mí escupida, que El Insomnio de los Verbos Cansados es el libro más
lúgubre, gótico y ancestral de esta iracunda y mágica poeta. Es un
libro de la muerte cuando le da por resucitar. Es un libro donde las
polillas son ángeles. Un libro que anticipa lo que ya sucedió y que no
fue bueno. Un libro de odio hacia el mar que le arrebató la mitad de la
vida. Un libro que aborrece y ama las maternidades del mundo entero. Un
libro teñido de rojo. Un libro mayor.
Me
detengo en algo que para mí es de suma importancia. En la actualidad es
muy fácil ser poeta, o visto de otra forma, en esta época es muy fácil
escribir poemas por la sencilla razón que cuando algo se masifica ese
algo acaba por infectar el ambiente y los que cogen el virus se animan,
encienden los ordenadores, escriben y escriben y escriben pero no se
mueren en el intento, y he ahí el escándalo, lo huérfano que te dejó el
intento, el disparo que le faltó a la masacre. Gracias a la
proliferación de las redes sociales se ha incurrido en un grave efecto
dominó, y ese efecto dominó no tiene otro nombre que "plagio". Cuántas
Pizarnik hay en Facebook, cuántos Paneros en Instagram, cuántos Zuritas
abundan en los blogs. Da espanto. También es justo decir que han
aparecido voces nuevas que refrescaron con sagrada e hidalga prepotencia
este arte que, al igual que la música clásica del siglo 18, parecía
haberse detenido en el tiempo, y se agradece desde lo más hondo que así
sea. Han aparecido poetas salvajes que vale el esfuerzo entrar en sus
mundos. Es un poco como la política, siempre los mismos de siempre,
hasta que llega sangre nueva que, o destruye todo o lo encauza por un
viaje hacia el verde fulgor de lo que nos termina por sanar. Hay quienes
dicen que hay que tener ojo, que hay que andarse con cuidado, que
detrás de esos poetas que sólo han visto la muerte desde lejos viene en
camino una horda de escritores sin redes sociales ni muros llenos de
jeroglíficos, seres total y completamente anónimos. Y que vienen con los
dientes afilados. Con hambre.
Pero
como en toda revuelta, por utópica que sea, están los poetas que te
dejaron la vara alta, los imprescindibles. Los que saben.
Si
la poesía fuera una cátedra más en la escolaridad de este siglo yo,
honestamente, les daría como lectura obligatoria la poesía de Marian
Raméntol, porque en ella no sólo hay poesía de la mejor cepa y el mejor
ángulo, sino una riqueza de lenguaje pocas veces vista en la poesía
contemporánea. Y también hay magia. Pocos poemas pueden ser al mismo
tiempo un poema y un blues, y aquí necesito indulgentemente retractarme
de lo dicho al principio respecto a no citar poemas de este libro, pero
soy un torpe Judas de mí mismo así que lo haré sin culpa ni
arrepentimiento: amigo, amiga, lee el poema que lleva por título "déjame
flotando por la huida una vez más". Es un maldito y jodido blues
cantado por negros hediondos a tabaco y ron y que ponen los ojos de
aguacero al tiempo que lo va escribiendo Marian con la inocencia de
quien asesina por primera vez en su vida, y según dicen los médicos
forenses, quien asesina por primera vez ya le es más fácil matar de
nuevo. Aquí te matan mientras la poeta se va muriendo en su propio
infierno, porque el sacrificio que hay detrás de escribir un poemario de
esta factura es grande, enorme, es fuerte, difícil, cómo crees tú que
queda la autora una vez puesto el punto final?....crees que queda
feliz?.....en paz?.....piensas que sale corriendo por las calles
gritando "terminé mi poemario!!!!?". No amigo, no amiga.
Después de un libro así sólo queda el llanto previo al funeral.
Queda
la amable agonía de la escritora frente a lo escrito. Y eso te puedo
decir que duele. Y mucho. Te puede costar hasta la vida.
Duele
que la primera mitad de este insomnio de verbos cansados sea una
balacera de plomo que te acribilla sin piedad, casi como una burla si es
que tuviste un buen día, ella viene despacio y te la raja, te lo pone
difícil, te está hablando de la muerte, pero no como palabra manoseada,
no, te lo está diciendo en primera persona y no es para ti, es para
ella, la sangrante, porque si no lo dice también se daña. De ahí la
eucaristía y la excomunión en el oficio del poeta.
Quien
no conozca a Marian podría pensar en una poeta oscura, una discípula de
los panteones, una araña flotando en el vaso de leche o un barco
fantasma hiriendo aquel mar que ella tanto odia, pero no, Marian es una
mujer mágica, sísmica y sin límites, puro color y pura luz, un alma
encarnada en los brotes de árboles tiernos que cobijan con sus ramas el
sol inmisericorde que azota las calles en verano.
Marian
Raméntol es una poeta que se ha ganado el respeto de sus lectores desde
hace años, los mismos que ella anota en su cabeza y los va desmenuzando
sin piedad, pero con inigualable solvencia en poemarios primordiales
como esta joya santa y pagana que fue bautizada como El Insomnio de los
Verbos cansados.
Sarco Lange.
Sarco Lange. Duende extraño. Artista de dedos de alambre, tan precisos, tan quirúrgicos que hacen cortes perfectos en el universo.
Pasar por su obra es inventar una tarde distinta a las otras tardes, una mansión tardecina con otros instrumentos, una casa castillo, una pasión por las cosas primordiales, es adentrarnos en una tarde en que hasta los gatos parecen destinados a otros espacios y el nogal se eleva en otros aires, y ese mismo aire parece flotar sobre otras gravedades.
Sarco Lange significa estar y no estar, dejar que la vida pase por el carril vuelto glaucoma en la mirada escéptica del querer vivir , y entre todo este escenario y entre todas estas extrañas flores, aparecer sobre el pánico, dormitando, volver la vista sobre esa ranura color verde que son sus ojos (“ojo” es una visión con indumentaria de artista callejero de mimo, dicho con sus propias palabras) de cadáver ambulante, y correr a todo gas por las calles infectadas de Santiago de Chile, para luego partir como una exhalación a vomitar lombrices de una belleza extrema.
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