Crowdfunding para restituir a Bécquer

COMO LÁZARO ESPERA...
Así, indefectiblemente, el milagro espera verse cumplido, prosaica materia para encarnar lo que es espíritu. Bécquer, en blanda cera, retorna a la vida, tras largos meses sucumbido bajo la tierra estéril de la barbarie; ¡qué tiempos!, donde hasta la belleza es moneda de cambio, carne de cañón, ignorancia convertida en macabra broma.
Me viene a , el reciente y tristemente famoso caso del "Ecce Homo", Santuario de la Misericordia, cercano a la ciudad de Borja (Zaragoza), algo que la más mínima sensibilidad y sentido común, debía entender como una dramática pérdida irreparable de nuestra memoria, pero: “He ahí el circo”.
Camisetas, botellas de vino, ¡un euro la entrada al sagrado recinto! Qué diría nuestro querido Erasmo de Rotterdam, , oficializada por el poder y aplaudida por los necios.
Los restos de la estatua del maltratado Bécquer reposan en un trastero, triste mausoleo, de escobas y demás cachivaches domésticos, mientras éste, su mentor, porfía con la Justicia para que, como una madre que perdió un hijo en cruenta guerra, le sean devueltos los despojos, para así poder redimirlos, darles digna sepultura refundiéndolos en la nueva obra, la reencarnada imagen del poeta, devuelta a su estrado moncaíno, los ojos puestos en el sueño de la lejana silueta de un silente monasterio de Veruela.
Un insondable vacío pulula sobre lo que fuera lugar entronizado del poeta, aquel que humildemente, sin pedir nada a cambio, amó y llenó su alma de un amor inmenso, generosamente cierto, hacia éstas tierras del Moncayo, sus gentes, sus tradiciones, sus leyendas...
El expolio se reparte en desolada piedra, que rueda y medra por el monte, donde curiosos fotografían el violentado espacio, maltrecho pedestal que sirviera de base a la frágil anatomía de la broncínea imagen.
Ni siquiera cuando viajé desde Sevilla, tras recibir el duro golpe de la noticia (robo y destrucción de la obra), y tener que presentarme en juzgados y dependencias policiales, quise visitar los aledaños del castillo de Trasmoz, que yo sentía como desierto, huérfano de su emblema, carente de esa vida misteriosa que otorga el Moncayo cuando son los ojos de Bécquer los que miran.
Forzadas entrevistas, televisiones, distintos medios, y un suplicio permanente de repetir una y cien veces cien lo mismo a cada uno de los curiosos, mucho más movidos por lo anecdótico que por verdadero interés a lo sensible. Luego llegaron los “consejos”, cargados de buenas intenciones ante mi combativa postura de no renunciar a la porfía de luchar por lo que tanto esfuerzo costó convertir en justo logro, en aquel lugar del alma misma del poeta, donde en el contacto con el Monte Cayo, se produjo el milagro de tan fructífero e inmortal maridaje.
“Si no hay dinero no lo hagas”, esta es la frase repetida hasta la saciedad, que yo la siento tan fútil, como extraña, tan absurda como dolorosa.
¿Cómo no luchar? ¿Cómo renunciar a algo que sólo depende de un mísero puñado de euros? Si una vez se logró contra todo pronóstico izar el merecido monumento a su más señero cantor, transformado además en los últimos años desde su ubicación en el 2008 dentro del VII Festival Internacional de Poesía del Moncayo, en lugar preferente, enmarcado en la Ruta Bécquer, donde el pueblo sencillo ha ido horadando con su huella caminos hasta ahora inextricables, gracias a los cientos de visitantes que se encaraman monte arriba para rendir obligada pleitesía a tan admirado como inefable Poeta. ¿Cómo pues, hemos de darnos por vencidos sin oponer la oportuna resistencia, energía de lo bello, y arrimar el hombro para así, en términos evangélicos, dar al Cesar lo que es del Cesar y a Dios lo que es de Dios.
Necesitamos dinero, sí, pero mucho mas aún, necesitamos generosidad, amplitud de miras, un sano altruismo donde un poco de muchos haga posible una realidad para todos; contribuir así a lograr que Bécquer, su estatua, retorne al Moncayo donde el personaje humano, dio lo mejor de sí, y el Moncayo, espejo de su genio, nos devolvió tan alta melodía, en la lírica de una belleza sin tiempo ni límites geográficos.
Bécquer aguarda en un taller, en una fundición, fragua de Vulcano candente y ruidosa, renacido al mundo de la forma, ¿de la idea?, en horas de infinito trabajo paciente, laborioso panal de cera aún sin mieles; espera como aquella arpa del salón en el ángulo oscuro, la voz que como a Lázaro diga: ¡Levántate y anda! Seamos pues esa voz valiente y generosa.
Luigi Maráez
A todos, gracias de antemano por vuestra colaboración; un pequeño gesto vuestro será suficiente para sacar este proyecto adelante, y si deseáis un día visitar “vuestra obra”, viajad al Moncayo, trepad la ladera que conduce al castillo de Trasmoz, aquel del encanto y de las brujas, veréis un bronce que os contempla agradecido, intentando perpetuar en la belleza lo que a todos pertenece:


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