PALABRAS PARA EL ROSTRO DE UN LIBRO
Yo no sé cuando conocí a Marian Raméntol. Dicen los que creen saber que el primer amor nunca se olvida. Pero es que el nuestro empieza con cada libro que sale de su vientre laminado o sus párpados abiertos para iluminarnos.
Y entre libro y libro, ella en el Mediterráneo y yo entre las encinas de las gatas en celo nos recordamos. A veces Marian Raméntol pone la poesía y yo el prólogo. Otras simplemente achicamos distancias para amar juntos los mismos versos. Si yo le envío un artículo, ella me devuelve un cachito de agua de mar para limpiar las ojeras. Y me siento un dios mirando su ausencia. Pasa el tiempo y no para de enseñarme a vivir. Lo último que he aprendido es que el oxígeno es azul, como el dios de JRJ. Lamento lastimaros, hermanos y hermanas, pero en el ecosistema de Marian Raméntol sólo entro yo. O yo mejor que nadie.
Sucede, es así desde la eternidad donde nunca existió un funeral para los escombros porque mis caballos del agua siempre dijeron sí. Ella dice que viven las ausencias y modifican los paisajes. Tal vez por eso hay momentos en que las alondras no concuerdan. No importa, ella siempre será dentellada de mar y nunca lejana cintura del olvido.
Marian Raméntol tiene miedo a morir con el cabello imperdonable, arrinconada en la gramática fluvial, a las dudas del frío. Yo a que la noche cabalgue sin sentido, a olvidar declinar mi nombre, al conjuro de los arrecifes. Somos bobos. Ella tiene un castillo con lobeznos que sodomizan el dolor. Yo buscaré algo en la fragua antigua de los besos, en la alcoba donde los cuerpos limitan con las caderas, en los años bisiestos de la carne sometidos al manjar de los manjares.
¿De qué hablo? ¿Qué estoy diciendo? Se me va tantas veces el santo al cielo últimamente. Ah, sí. Acostumbrado a sus milagros se me olvidó decir que Marian Raméntol ha escrito un nuevo libro, "En el soliloquio de mi cuerpo".
No es un libro periférico sino la estructura inversa de sí misma. Libre como una trenza con promesa incorporada. Y sin temor al clamor de las navajas. Cada poema tiene un lenguaje, y al final es la misma lengua poética que los deja a su aire sin pólvora pero con una ubérrima cosecha de imágenes que nos crea jóvenes salvajes. Vas andando la mañana por sus páginas y descubres cosas que ella nomina como la máquina de escribir secretos. Pero la gran poeta que es Marian Raméntol se delata cuando aparta todos los velos y resulta la magia tumbada sobre un suspiro.
Leer "En el soliloquio de mi cuerpo" es gallear sin descanso. Creías que a estas alturas habías visto todo y resulta que Marian Raméntol siempre tiene una nueva carta en la manga como ese " el sol sale de casa sin mirar".
Hay instantes en el libro donde Marian Raméntol se protege, se repliega sobre sí misma, como ese " nadie más sabe donde vivo". Y aquí habla con una voz poética inaudita, donde la primera estrofa ya es un balazo feliz. A la orilla de este poema, de todo el oceánico caudal del libro, estalla la intriga. ¿Alguien sabe quién somos? ¿Lo sabemos nosotros? ¿Qué sé yo del metro y pico que me habita?
Creo que " En el soliloquio de mi cuerpo" Marian Raméntol va más allá de la poesía desde la propia poesía. Destruye así todas las banalidades mensajeras y pone a caminar a los ciegos. Pero después de este viaje al exterior, si volvemos al libro nos encontramos con poesía mineral -nada anatómica- donde ella construye un territorio fálico sobre la anchura de un beso. Lección para las simplezas, porque pocas veces la poesía fue tan contundente y dúctil.
Siempre hay un momento estremecido en la vida. En este último libro de Marian Raméntol nos damos de bruces con él en esa memoria de los peces que nombra, donde se sumerge la madre. Yo viví junto a Marian Raméntol aquella historia plagada de asombro. Y entiendo que no es lo mismo leer el poema habiéndolo sorbido que resucitado ahora en los pliegues de un libro. Pero no podría decir nada bueno de nadie si no existiese emoción al enfrentarse al poema.
Y después de este ajuste de cuentas con los peces de mar, la poeta se alza amazonita y amanece sublime. Y vuelve a lo suyo, a dejarnos atónitos al límite de todos los caminos que conducen al fuego y al amor. Como ocurre con el tiempo entre la vigilia y el sueño.
Me parece que he hablado demasiado, es una tara que siempre me adjudican. Pero qué queréis, amigos, estoy entre vosotros todavía y estamos ante un gran libro.
Valentin Martin
Valentín Martín estudió Magisterio y Humanidades en Salamanca y
Periodismo en Madrid. Ejerció la enseñanza dos años y el resto vivió de
escribir. Ha escrito 25 libros. El número 26 es un poemario llamado
Santa Inés para volver (Versos de la memoria), que recoge la historia de
sensibilidades de su pueblo. Periodista, escritor y poeta, ha publicado
en la última década libros de relatos como La vida recobrada o
Avispas y cromosomas; el ensayo Los motivos de Ultraversal y los
poemarios Para olvidar los olvidos, Poemario inútil, Los desvanes
favoritos, Memoria del hermano amor, Estoy robando aire al viento,
Suicidios para Andrea y Mixtura de Andrea. A caballo entre los años 60 y
70, escribió dos poemarios y dos ensayos: Veinte poetas palestinos y El
periodismo de Azorín durante la Segunda República, inicio de un largo
trabajo dedicado a la literatura. Entre sus últimas publicaciones el libro de crónicas y relatos
(diciembre de 2017, Ed. Lastura) lleva por título "Vermut y leche de
teta".
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