Prólogo a “MUERTE EN LAS CALLES DE BUENOS AYRES”

Prólogo a “MUERTE EN LAS CALLES DE BUENOS AYRES”
(Ed. Buenos Aires Books, 2015)

“...Pensemos que la Historia escrita en tantos libros académicos y ensayos se basa –tal vez– en unos pocos personajes identificados con nombre y apellido, en cientos de miles de anónimos –inagotables muchedumbres en realidad–, salvo algunas leyendas que rescatan del olvido a personajes de “pago chico”. Entonces, ¿cómo analizar  críticamente la Historia oficial y también la “revisionista”? ¿No se habrá esquematizado hasta la desfiguración la noción de “líderes” y “seguidores”?

Si no hallan objetos físicos, se torna imposible para los arqueólogos urbanos detectar antiguas presencias y costumbres.
Entonces, ¿cómo rescatar la memoria presencial? ¿Quiénes caminaron antes por donde yo ahora camino? ¿Dónde están sus huellas? ¿Dónde hallar las evidencias de sus rutinas y visicitudes diarias?

Apelemos, pues, a la ficción e intentemos poner algunas cosas en su lugar...”
J.A.Colombo

INDICE
Nota del autor
El oráculo de la Recova
Muerte en las calles de Buenos Ayres
Historias breves:

8.
Con su sífilis a cuestas don Pedro de Mendoza puso pie a
tierra tal vez en algún lugar cerca de Barracas. Con vista
desde la lomada próxima decidió el lugar donde levantar
su muro.
La ciudad desbordaba de gente reclamando trabajo.
Luego de consultarlo con Juan de Ayolas decidieron dar
media vuelta y regresar a los barcos. De allí no pudieron
retornar.
Tiempo después, Juan de Garay hacía llevar el tronco
con el rollo de la Justicia para instalarlo en la Plaza Mayor.
La gente allí reunida reclamando justicia no le permitió
llegar.
Decidió regresar a Santa Fe con el tronco a cuestas. De
allí no pudo retornar.

13.
Un parroquiano, empapados su cuerpo y su mente en brebajes
alcohólicos acumulados en largas horas nocturnas,
salió tambaleante de una de las fondas costeras en la mañana
temprana. Cruzó la calle del bajo, se asomó a la oscura
tosca y contempló el paisaje durante unos instantes. Luego
de varios intentos logró extraer su facón del cinto y, mientras
revoleaba su daga por el aire, con frases titubeantes
exclamó a los cuatro vientos:
–¡Desafío..., desafío al océano cobarde... que se esconde
detrás del río...! –luego quedó en actitud de espera, con el
cuerpo inclinado hacia delante y los ojos bien abiertos.
El mar le dio un empujón al río, que salpicó su rostro.
–...¡Cobarde cajetilla tenías que ser...! ¡Conio...! –exclamó
indignado, mientras con grave dificultad procuró iniciar
la marcha hacia una de las naciones del Mondongo, en
el barrio de Montserrat.

Correo electrónico Editorial:
Fernando Jara

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