RESEÑA DE “EL INSOMNIO DE LOS VERBOS CANSADOS” DE MARIAN RAMÉNTOL
Existe un elemental pacto entre la vida mortal y la genuina muerte que vive.
Existe un elemental pacto entre la vida mortal y la genuina muerte que vive.
No trataré de ser trivial en la apreciación del conjunto poético de Marian ni de enmascarar gratuitamente el principio de “belleza” a base de palabras impostadas que a poco conducirían; no.
Para ser justos, la razón primordial, toda vez que simple, en cualquier análisis de la obra, bien debiera partir del conocimiento previo de la persona.
Para ser justos, la razón primordial, toda vez que simple, en cualquier análisis de la obra, bien debiera partir del conocimiento previo de la persona.
Surge el primer impacto. Otorgar el perdón, la virtud exigible
qué hacer si ante unos ojos atónitos urge adelgazar la tristeza y además conciliarla con el perdón.
qué hacer si ante unos ojos atónitos urge adelgazar la tristeza y además conciliarla con el perdón.
Es un riesgo necesario adentrarse en la amabilidad de la noche tanto como hacerla plegaria, quasi advocación.
La muerte deja de ser la misteriosa fuerza motriz que tal vez solo la autora domine hasta el punto de prestárnosla para encararla como sublime.
Y fluye sin espina dorsal el mar, más ímpetu que figura retórica, adversa transacción de mi Heráclito oculto…
La muerte deja de ser la misteriosa fuerza motriz que tal vez solo la autora domine hasta el punto de prestárnosla para encararla como sublime.
Y fluye sin espina dorsal el mar, más ímpetu que figura retórica, adversa transacción de mi Heráclito oculto…
Qué fue antes, la verdad o la poesía.
Qué misterio anida en la peculiar verdad irreversible que la autora dibuja, perfila y pule con buril sin otra finalidad que alumbrar el patetismo de la palabra nunca leída, jamás interpretada.
Qué misterio anida en la peculiar verdad irreversible que la autora dibuja, perfila y pule con buril sin otra finalidad que alumbrar el patetismo de la palabra nunca leída, jamás interpretada.
Cómo elucidar con éxito el origen del poeta sin antes aventurar que únicamente a él (a ella, en este caso) incumbe ser dueño de su silencio, premisa sine qua non el corazón es el que habla.
Desasirse de la muerte viene a ser el reto constante en la obra para abrazarse a sospechosos amaneceres.
Mas el pronóstico se precipita. Y bien cerquita del ciclón de anónimas humedades, discurre plácida una suerte del tan cantado “vivo sin vivir en mí” teresiano, solo que ahora, sin miramientos, la autora nos conduce con mano certera, firme, segura, a su terreno para resolver en una espléndida oda a la vida donde absolutamente la muerte carezca de esquinas y acaso el augurio inalienable sea eso nada más: preámbulo de todo un nombre (sic pág 22)
Quién sino un aspirante a la derrota osará poner en duda que la muerte sea la máxima pedagogía vital. El exquisito maridaje entre el peso pesado de la inmortalidad con el dolor más intolerable sin adornos hueros, sin concesiones al verso valuado apenas en humo inconsistente.
Será pretencioso abordar íntegramente el ‘Insomnio de los verbos cansados’ sin siquiera la garantía de haberse zambullido por entero en tan proceloso maremagnum de términos, a veces piezas inconexas de puzzle con el resultado no siempre feliz que una construcción lógica exigiese.
Mirar a los ojos a Marian hace necesario desterrar la falsa ilusión de que con justeza su opus nos eporte al fin un como bálsamo al modo de remedio inocuo. He expuesto, incluso advertido, con anterioridad la escasa o nula tregua a lo amable si como tal amabilidad admitimos en exclusiva el discurso ortodoxo, siempre trufado de los cánones que un hipotético lirismo impone.
Siempre, omnipresente y a nuestro favor, el mecenazgo del verso solidario, nunca complaciente, que dejó de ser tea encendida para hacerse ceniza unitaria con cada lector.
Guía y asamblea desarticulada en que todo parece estar perdido salvo el relevante codo con codo del miedo con la extrema paz que solo lo amado justifica.
En otras palabras, ‘no seré yo quien a mí se aferre’ una vez abocados al mismo abismo de sal del que surgimos.
Y el denso dilema del yo sin mí.
Establezcamos un principio de ecuanimidad si queremos ser condescendientes con este opus insomne, que nos hiere el alma que a todo riesgo confraterniza, con extraordinario vigor, con quienes hemos apostado desde el principio por no ser letales ni ser frágiles ni ser causa primera del perdón. Y a quienes, también desde el principio, nos imprimían a fuego resurrección, muerte, vida, estrofa , esplendor, liviandad y miseria a un tiempo, a partes iguales.
-las palabras manchan porque los silencios mueren-
Como ejercicio sensual, con pericia y paciencia monacales, nos tienta Marian al doble juego de adivinar a qué huele el drama, a qué saben el invierno y su incendio, qué pesadilla irisa en mil tonalidades grises el azul mar deshabitado, qué más nos quedará por trenzar que el poema desoiga.
La respuesta no querrá hacerse esperar.
Es así. Es el colofón sin réplica , inigualable a mi juicio:
Ay, la última mirada.
El anchuroso abrazo maternofilial envolvente que a solas tan solo la belleza derrama a su antojo
“he venido para erosionar tu ausencia,
vertebrar el ruido del agua en tus pulmones
y convertirlo en un réquiem bellísimo
para todos mis pedazos…”
Y para cerrar esta suerte de círculo excéntrico.
“Existe un elemental pacto entre la vida mortal y la genuina muerte que vive”
tanto, como para disentir del modus operandi en esta indubitable pieza maestra de Marian, ilustrado con que
“las palabras mienten, sobre todo las de Dios”
Desasirse de la muerte viene a ser el reto constante en la obra para abrazarse a sospechosos amaneceres.
Mas el pronóstico se precipita. Y bien cerquita del ciclón de anónimas humedades, discurre plácida una suerte del tan cantado “vivo sin vivir en mí” teresiano, solo que ahora, sin miramientos, la autora nos conduce con mano certera, firme, segura, a su terreno para resolver en una espléndida oda a la vida donde absolutamente la muerte carezca de esquinas y acaso el augurio inalienable sea eso nada más: preámbulo de todo un nombre (sic pág 22)
Quién sino un aspirante a la derrota osará poner en duda que la muerte sea la máxima pedagogía vital. El exquisito maridaje entre el peso pesado de la inmortalidad con el dolor más intolerable sin adornos hueros, sin concesiones al verso valuado apenas en humo inconsistente.
Será pretencioso abordar íntegramente el ‘Insomnio de los verbos cansados’ sin siquiera la garantía de haberse zambullido por entero en tan proceloso maremagnum de términos, a veces piezas inconexas de puzzle con el resultado no siempre feliz que una construcción lógica exigiese.
Mirar a los ojos a Marian hace necesario desterrar la falsa ilusión de que con justeza su opus nos eporte al fin un como bálsamo al modo de remedio inocuo. He expuesto, incluso advertido, con anterioridad la escasa o nula tregua a lo amable si como tal amabilidad admitimos en exclusiva el discurso ortodoxo, siempre trufado de los cánones que un hipotético lirismo impone.
Siempre, omnipresente y a nuestro favor, el mecenazgo del verso solidario, nunca complaciente, que dejó de ser tea encendida para hacerse ceniza unitaria con cada lector.
Guía y asamblea desarticulada en que todo parece estar perdido salvo el relevante codo con codo del miedo con la extrema paz que solo lo amado justifica.
En otras palabras, ‘no seré yo quien a mí se aferre’ una vez abocados al mismo abismo de sal del que surgimos.
Y el denso dilema del yo sin mí.
Establezcamos un principio de ecuanimidad si queremos ser condescendientes con este opus insomne, que nos hiere el alma que a todo riesgo confraterniza, con extraordinario vigor, con quienes hemos apostado desde el principio por no ser letales ni ser frágiles ni ser causa primera del perdón. Y a quienes, también desde el principio, nos imprimían a fuego resurrección, muerte, vida, estrofa , esplendor, liviandad y miseria a un tiempo, a partes iguales.
-las palabras manchan porque los silencios mueren-
Como ejercicio sensual, con pericia y paciencia monacales, nos tienta Marian al doble juego de adivinar a qué huele el drama, a qué saben el invierno y su incendio, qué pesadilla irisa en mil tonalidades grises el azul mar deshabitado, qué más nos quedará por trenzar que el poema desoiga.
La respuesta no querrá hacerse esperar.
Es así. Es el colofón sin réplica , inigualable a mi juicio:
Ay, la última mirada.
El anchuroso abrazo maternofilial envolvente que a solas tan solo la belleza derrama a su antojo
“he venido para erosionar tu ausencia,
vertebrar el ruido del agua en tus pulmones
y convertirlo en un réquiem bellísimo
para todos mis pedazos…”
Y para cerrar esta suerte de círculo excéntrico.
“Existe un elemental pacto entre la vida mortal y la genuina muerte que vive”
tanto, como para disentir del modus operandi en esta indubitable pieza maestra de Marian, ilustrado con que
“las palabras mienten, sobre todo las de Dios”
Firmado: María Pilar Blanco Unzué
En La Almunia de Doña Godina Julio del 2017
En La Almunia de Doña Godina Julio del 2017
Mª Pilar Blanco (Zaragoza 1943). Docente de educación primaria y secundaria especializada en música.Ha publicado el libro de poemas "Séptima sensible". Alkaid ediciones 2016.
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