Azoramiento de mujer
“No
hay nada más secreto que una existencia femenina”
M. Yourcenar
Si después de Freud (“Tótem y Tabú”), donde éste
plantea la prohibición del incesto y une el deseo a la ley, Lacan resume
en “el Nombre del Padre” esa ley que permite al individuo acceder a lo
simbólico, al lenguaje, y lo lleva a satisfacer su carencia: “La ley y el deseo
son una misma cosa”, “El deseo es la metonimia de la ley”.
Recordamos que esta
problemática se presenta unida a la posmodernidad y a la ruptura de los formalismos. La posmodernidad estética
rehabilitó lo inconsciente y lo corporal y la posmodernidad teórica estableció
“acabar con la primacía del discurso, del texto, de la palabra, del
significante: la muerte de la hegemonía de lo escrito”. En definitiva, y para
no alejarme de este poemario que dispone de una impecable retórica, con
palabras de Lacan: “Yo soy lo que no soy”.
En Ardua encontramos un yo lírico femenino al servicio de un autor
masculino, no hay conflicto. Cada poesía carga con la escenografía propuesta
por Rolando Revagliatti, quien atesora unas imágenes que rozan el umbral de la
simbología apenas, sutilmente. Insinuada por la cadencia audaz del silencio,
inesperado actor en algunos versos. Ni la rima ni la medida son condiciones
indispensables para mantener el ritmo de un poema, sin embargo, es el ritmo quien mantiene el
lazo con el lector. Aparece una galería de mujeres donde se destacan sugerentes
detalles, aproximándose a una caracterología. La esencia del género se
manifiesta con autenticidad, es creíble.
El personaje es un producto
lingüístico, por lo tanto, no existe más allá de las palabras, pero representa
a personas según las modalidades de la ficción y así Revagliatti hace hablar y
callar a estas criaturas de papel. Porque aunque es en el erotismo, en el sexo,
en la elección donde se juega el espacio poético, no es excluyente. El género
es atravesado, penetrado por la palabra pero no en este conjunto de poemas, ya
que en Ardua intuyo que el autor, luego
de una mentada decisión, logra fluir con absoluta espontaneidad. Por lo tanto,
puede presentar a estas mujeres desde el hedonismo, el hastío, el juego
especular, la infidelidad, la infelicidad…
Si la definición de “arduo” es
“escarpado, difícil” y el poeta ha elegido justamente un adjetivo ambiguo para el título de su
libro, como todo adjetivo cumple su sino de referirse al sustantivo para
determinarlo (¿la mujer, las mujeres?). El poeta describe momentos íntimos y
también externos propios de la condición femenina. En estos textos encontramos una privilegiada y mesurada (o no)
exposición de adjetivos y así “ardua” será: atrapada-enamorada-dichosa-amenazadora-reconocida-resignada-contemplada-acompañada-pragmática-facilitadora
y continúa…
Digo, lector, que esta página puede ser un azoramiento de mujer.
Susana Rozas.
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