Otras novedades de Olifante, Ediciones de Poesía.

José Antonio Labordeta se publica el 25 de julio de 2010, en que el cantautor y poeta cumple 75 años y publica su canto de esperanza, Regular, gracias a Dios, donde rinde homenaje a las mujeres de su vida: su madre Sara, su suegra Sabina, su mujer Juana de Grandes, sus hijas Ana, Ángela y Paula, y a sus dos nietas Marta y Carmela.

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DESVERGÜENZA



1. los perros se están comiendo la tumba de vuestra madre



De los matrimonios compuestos por una Sylvia y un Ted el más famoso y pertinente es el de los poetas Plath y Hughes, claro que la suya es una historia muy triste.

Hughes vio a Plath por primera vez cerca de Charing Cross mientras se comía un melocotón. Entre las chicas que aparecían en la fotografía de los becarios Fullbright se fijó en los ondulados cabellos rubios de Plath, en su exagerada sonrisa norteamericana, en el flequillo a lo Veronica Lake. Él era un poeta prometedor, ella se casó convencida de que no tardarían en ser famosos. Un par de viajes juntos, nacieron dos hijos, compartían la máquina de escribir, elogios para los poemas de Hughes. Después viene una variación de la conocida secuencia de adulterio y fuga masculina, con un final contundente: el suicidio de Plath.

Hasta aquí la historia exterior.

La historia interior se bifurca en las versiones de los dos cónyuges, la de Plath se perdió con los diarios que su marido destruyó minuciosamente; Hughes se inclinó por esconder su relato durante décadas y sólo unos meses antes de morir publicó Cartas de aniversario, donde con la mano firme despellejaba su primer matrimonio sobre las páginas.

Los poemas-carta reflejan a una Plath vacía de energía creativa, incapaz de trasladar a la realidad su anhelo de convertirse en una poeta prestigiosa. Hughes se retrata como un héroe sofocleo, atrapado en un conflicto de fuerzas psicológicas ante las que no puede ofrecer otra resistencia seria que soportarlas. Entre las grietas de esta estilizada versión de un conflicto doméstico puede verse la caliente, acre, naturaleza humana de un varón enamorado[1] incapaz de detener (¿contribuyendo a?) la caída de su pareja en un vacío depresivo donde al final sólo capaz de girar el resentimiento[2].

Aunque le gustaba imaginarse pescando solo bajo un fino aguacero, conviene no olvidar que Hughes sobrevivió a Sylvia Plath, a las hordas de periodistas culturales que se pasaron décadas ladrando en la puerta de su casa, al suicidio de su segunda esposa (que se llevó por delante a su tercer hijo), para recoger honores de estado y convertirse en el poeta inglés más relevante de su tiempo; conviene recordar que en su particular visión del universo los hombres emergen como animales más perceptivos que se mueven en el mismo juego de fuerzas grotescas e irreflexivas que orientan a las aves en el provecho las corrientes; y conviene recordar que al escoger un animal totémico Hughes dejó los peces (delgados y ágiles y suaves) para Plath y se inclinó por el búho de mirada nocturna, el halcón y el inquietante cuervo. Quizá de estos animales extrajo la energía para clavar al final de Cartas de aniversario una advertencia dirigida a sus hijos contra los curiosos que se acercaban a los restos de su primer matrimonio: “Los perros se están comiendo la tumba de vuestra madre”.

2. cosas que hacer con ted

El más despistado, ineficaz o intermitente de los poetas laterales conoce tan bien como el escritor célebre el efecto perturbador de la influencia, suele ser más que un simple gusto: el precursor introduce por los ojos del joven una poética que en adelante le impondrá la manera de combinar las palabras para producir determinados efectos. La influencia (al menos en la fase en que el poeta advenedizo consigue convencerse de que los demás no se dan cuenta) parece beneficiosa al arrendarle una escotilla del espíritu donde canalizar su esfuerzo, pero enseguida emerge un lado desagradable: el precursor es difícil de mover y ocupa tanto espacio que amenaza con no dejar salir al joven poeta del cubo de los autores prescindibles del que todos los escritores parten.

Un poeta que después de varios libros sigue a la sombra de su precursor es un poeta muerto, y si pese a todo insiste en seguir publicando es también un poeta al que se le ha atrofiado el sentido del ridículo. Un sentido bastante relajado entre nosotros si atendemos a la cantidad de escritores que se conforman en coser un poemario sentencioso, azucarado y resabido sobre el paso de los años y el extravío de la juventud a cambio de ganarse una celdilla en el hospicio, estrecho y húmedo, aunque caldeado y a resguardo de la hostilidad exterior, donde se amontonan los poetas ínfimos.

El atrevimiento de David Aceituno no se limita a escoger como modelos (y rivales si hay que hacerle caso a Bloom, y claro que hemos de hacerle caso a Bloom) a gente acerada como Ashbery, Olds, Carson o el propio Hughes, sino en la manera que desde el primer libro, en su primera aparición pública, justo cuando la mayoría de advenedizos suelen ensayar posturas para que se note menos que están muertos de miedo (cuando no corren a esconderse en los faldones del precursor), se envalentona a distorsionarlos lo suficiente para ensayar un camino propio, a la intemperie, bajo los fríos cielos donde las cosas de ponen serias y uno se arriesga a fracasar.

¿Temeridad?

Señalar la novedad es mucho más sencillo que acotarla con palabras esclarecedoras, pero antes de que el lector que empiece a hacerse sus propias preguntas señalaremos que en este libro se habla de la vida íntima cómo sólo puede rozarla el arte, pensándola con la imaginación. Que a veces no es sencillo separar la voz de la esposa de la voz de la amante. Que a veces se filtra algo parecido a la luz pero cabe desconfiar que sólo sean imitaciones. Que el miedo puede crecer como el desorden en una casa pequeña. Que algunas esposas prefieren al dolor como marido. Que este prólogo pasa demasiado de puntillas sobre la figura de Assia Wevill. Que la gente con labios finos codician poseer para destrozar y que una mandíbula puede ser un presagio. Que un tren puede detenerse en una vía como un augurio. Que existe una palabra para los que se quedaron sin padres pero es probable que no exista otra para los que se quedan sin hijos. Que los poemas felices suelen ser también poemas difíciles. Que aquí no hay perros royendo el cadáver de una madre porque Hughes y Plath van, página a página, desprendiéndose de Hughes y Plath, para convertirse en Sylvia y Ted, el detalle estilizadísimo de la ruina de un matrimonio, de cualquier pareja (brillante).



Noviembre de 2009

[1] No puedo recordar / cómo llegué / enredado en ti / hasta el interior del hotel. Estábamos allí / eras delgada y ágil y suave como un pez / Eras un mundo nuevo. Mi mundo nuevo / Así que esto es América, me maravilló / ¡Qué hermosa, hermosa América.



[2] Nadie quería tu danza / nadie quería tu brillo extraño / ni los esfuerzos para salvarte / perdiendo pie, danzando en esa oscura confusión / buscando algo para dar.

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